Me desperté con el corazón triste, abrí los ojos a un nuevo día en el que tampoco estarás.
No sé si lloré, pero las lágrimas rodaron por mis mejillas hacia la almohada. Puede que llorar en soledad no sea llorar, solo derramar líquido salino, no consuela.
Mi vida se ha cerrado en círculos concéntricos en los que el amor está atrapado. Quedan capas y capas de sentimientos pero el amor el amor compartido se fue quizá para siempre.
Eso es la soledad. Todo lo que tengo es producto de mi imaginación y mi obsesión. Lo sé y me duelen las mentirijillas de mi alma.
No eres tú. No existes. No estás. Me has dejado sola en esta noche llena de niebla. Quiero apartarte de mi pensamiento y cuando lo consigo aún es mucho peor...
Mi monólogo hacia ese monolito es patético, me roburizán esos deseos imposibles y sin objetivo. Eres cruel y yo estoy loca por creer en los milagros.
Hay momentos en la vida en los que parece que no se puede más, que la soledad y el desamor se han aferrado a cada célula de nuestra superficie, que nada va a cambiar que no puede cambiar.
Sin embargo tu mente sigue lúcida. Tu yo interno sigue íntegro y sabes muy bien que seguirás adelante hasta el fin de tus días, que podrás soportar todas las adversidades que la vida te depare y encontrar tus momentos de paz y alegría pese a eso que te falta. A ese que te falta.
Para eso estás hecha: para amar, para sufrir, para dar, para recibir. Para esperar.
Para saber que la vida no hay “cristo” que la entienda.
CGC
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