martes, 19 de febrero de 2008

Tila




Quise decir: una tila.
Eso era lo que yo quería y lo que necesitaba. Allí parada, ante tu silencio, de pie, con mis rizos recien lavados, mi piel suave, mis zapatos buenos...

Quería decir tila, tila, tila, para templar mis nervios y conseguir callarme al menos treinta segundos.

Si el silencio hubiera reinado, y me hubieras dado una tila, bien caliente, hirviendo. Quizá...

No miré tus ojos, ni tu cara, ni tu pelo, ni tus labios que se movían despacio, explicándome los temas, cómo si yo no supiera de tu perfeccionismo.
No podía verte, ni parar de hablar, pero sentía el olor fresco y limpio de tu cuerpo de tu ropa de tu barba.
En mi mente primitiva, no había más que una cosa: tu olor de hombre, de volcán, de océano. Tú energía de hombre preparado para el amor (aunque no para el mío)
Si te hubieras acercado a mí, por la espalda a hurtadillas, y tocado con un dedo, un sólo dedo, mi hombro o donde te diera la gana y con tu querida mano, me hubieras tapado la boca, sin pudor; me quedaría cual estatua de sal, esperando a que me disolvieras.

Yo no te pedí un vaso de tila y tú, no me diste, ni uno de agua. NADA

Nada, salvo, el exquisito sabor de lo Imposible.


CGC


martes, 19 de febrero de 2008