lunes, 19 de noviembre de 2007

Caballito


Cuando algunas tardes aciagas, el corazón se me llena de remolinos, de rabia de mala leche. Me siento como un huracán que se lo llevaría todo por delante, las mesas las sillas las paredes y sobre todo esa cara de mala hostia con la que me aplastas.

No hago nada porque sé que tengo mi rincón, mi núcleo duro, mi lugar de supervivencia. En el que encuentro mi refugio, ante los malos vientos. Es ahí donde tengo mis palabras, mis libros, mis blusas bonitas.

Y me voy a la feria, como cuando era pequeña. Me subo en el caballito de madera del carrusel, pintado de azul de rojo de amarillo. Me agarro a la barra metálica y fría, cierro los ojos, siento el calor, el polvo de la tierra, el olor a algodón dulce, y me dejo llevar, arriba, abajo, abajo arriba, girando con rapidez hasta que mi vestido me tapa la cabeza y el pelo se mete por mi boca.

Son unos minutos, pero soy total absolutamente feliz. Girando y girando.

Por eso en días de tormenta, tu no puedes tocarme, ni acercarte siquiera a mi pensamiento. No te veo, no siento nada por ti. Eres todo defectos, incluso no me importaría, no volver a verte nunca más.

Me quedo tranquila muy tranquila.

CGC