domingo, 17 de mayo de 2009


Sé muy bien que tengo que seguir viviendo. Así de esta manera. Que no me puedo escapar, ni por arriba ni por abajo.

Que puedo amar a las ocho de la mañana y odiar a las ocho de la tarde. Que vibrarán mis células de felicidad, sintiéndome arropada por el universo, que está ahí y que está en mi.

Que aborreceré el caos, la enfermedad, la incomunicación.

Que comeré una fuente de lechuga con aceite y vinagre para vivir y después me tomaré un dulce para matarme un poquito a base de glucosa.

Daré gracias al cielo por haber dormido bien y que no me duela, de momento, casi nada. Siquiera, que no me tires un pellizquito en el culo. Hay otras maneras de querer aunque no tan sabrosonas.

Pido y suplico que el cariño, el cariñito genuino, esté en la salsa de mis neurotransmisores, eso es lo que me hace feliz, muchas veces, y me aparta del sufrimiento que se agazapa en mi materia gris y que no pide permiso para salir y cortarme las orejas

Es cierto que la naturaleza me ha dado gran capacidad para sufrir, sufrir a tope. Pero también para extasiarme con cada granito de arena de la playa y a veces, algunas veces, para contemplar a Dios de frente, cara a cara. Sentir la explosión del Big Ban, transcender todos los planos, humanos, físicos, mentales. Es una enfermedad. Muchos darían la vida por experimentarlo. Yo, nosotros, tomamos pastillas para dejarlo pasar. Demasiado para el cuerpo.

Prefiero mi vida cotidiana, tengo de todo y lo que me falta me lo invento con tanta intensidad que estoy en un tris tras de creérmelo, entonces tu sonrisa amiga, me pone los pies en el suelo y yo agacho la cabeza.

A veces quiero más pan, más chocolate, más sábanas de seda natural, otros paisajes, otros mundos. Entonces pienso en vosotros, en vuestros rostros, veo vuestras fotografías, vuestros gestos, vuestras ropas y me siento tan vuestra, os siento tan míos. Tan juntos, tan cerca en este pequeño punto del universo y al mismo tiempo tan inmenso. Me alegro. Se me quitan las ganas de gritar de chillar de salir corriendo. Sois lo que tengo.

Bien sé que No me entiendo, ni aspiro a entenderme y creo que no me importa.

Pero digo una cosa, de cada diez momentos de mi vida, al menos ocho, os quiero con cordura y una barbaridad. Incluso, yo, me quiero un poquito más.

CGC

17 de mayo de 2009