El domingo fuimos a comer a un restaurante cerca del mar.
Nos hicieron una paella para dos y natillas con canela.
Hacia seis años que no nos veíamos. Sólo hablamos un día por teléfono que tú estabas muy borracho.
Te comiste tu paella y parte de la mía, tus natillas y mis natillas, bebiste el vino y yo la gaseosa.
Durante toda la comida no pronunciaste ni una palabra, concentrado en pelar las gambas con esmero. Yo tampoco hablé, admirando tu destreza.
Al final, limpiándote la boca y la barba con la servilleta, escuetamente, dijiste:
-Me gusta este restaurante.
-Ya
Contesté:
-Lo mejor son las vistas.
Desde luego, estamos hechos el uno para el otro.
Si no fuera por los entreactos.
CGC
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